
Cuando Teresa subió a ese coche, estaba segura de lo que iba a pasar. Sin embargo, el alcohol que llevaba en su cuerpo le impedía pensar de forma objetiva. Ella solo quería pasárselo bien. Así que,¿por qué no? Aquel hombre era atractivo y, además, la noche había resultado divertida y muy entretenida.
- ¿A mi casa o a la tuya?.
Teresa no dudó ni un segundo – ¡A mi casa! – dijo. Ella prefería no salir de su zona de confort, e ir a algún sitio que ella controlara. Ya que iba a terminar la noche con un desconocido, prefería tenerlo todo controlado, y en su casa estaba segura. Así que la cosa prometía.
Ella sacó una botella de la nevera mientras él la miraba y la hacía sentir la mujer más sexy del mundo. Sí, había llegado hasta allí, estaba con un desconocido en su casa, ella era una mujer adulta, no había sido engañada, lo deseó durante toda la noche… Pero ahora algo había cambiado. Su cabeza estaba hecha un lío. Quería estar sola y estaba arrepentida de aquella pequeña aventura. Una sensación de incertidumbre y pereza por lo desconocido le invadía. El alcohol le había jugado una mala pasada. No sabía cómo salir de esa situación. Se sentía avergonzada. Sentía que lo justo era decir que hasta ahí había llegado la aventura; pero no era capaz de ponerle fin. Así que, con mucha parsimonia y retrasando ese momento al que no quería llegar, terminó de preparar el vino y sacó algo para picar. Tal vez podía convencerle de dejarlo para otro día. Tal vez, él también se lo habría pensado. Tal vez, él le pediría su número de teléfono y se marcharía….
La madrugada fue larga. Cuando pudo abrir los ojos, él ya se había ido. Teresa se levantó, casi sin aliento, se dirigió al cuarto de baño, abrió el grifo de la ducha y dejó que corriera el agua hasta que saliera caliente, muy caliente…. Se miró en el espejo y no podía reconocerse. Empapó una toalla en agua caliente y restregó todo su cuerpo. Quería borrar ese olor. Sabía que no debía pero no pudo evitarlo. Las náuseas aparecieron. Después de vomitar se dio una ducha. Veinte minutos bajo el agua. Al salir se dirigió a la puerta de su apartamento, se aseguró de que estuviera bien cerrada, echó la llave, cerró las ventanas y corrió las cortinas. Se sentó en el sofá con la mirada perdida y lloró. Sintió que había sido culpa suya. Nunca habló de eso con nadie, nunca lo contó.
Julia H
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